Huellas en la arena
Acostada con las piernas encaramadas en el mueble de la sala leía y releía el texto imaginando que esas eran mis huellas...
Para avivar el fuego
no me falta el aire
mi voz sea la herramienta
cuando el trabajo sea reverdecer.—Perotá Chingó
Cuando era niña, mi mamá solía tener pósters laminados en madera con mensajes inspiradores en diferentes sitios de la casa. No sé si eso lo vendían así, lo mandaba ella a hacer o se lo regalaban, el asunto es que fueron parte del paisaje de nuestra casa muchos años.
En estos tiempos no pasarían de ser memes reenviados hasta el infinito en los grupos de WhatsApp, pero esto fue en los ochentas, análogo era lo que había.
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Había uno con gatitos subidos en una veranda que decía algo sobre la importancia de tener fe, otro sobre que si tus hijos no son tus hijos, son hijos de la vida, algún otro sobre el cosmos y lo pequeños que éramos en comparación.
Mi favorito era uno con la imagen de huellas dejadas en la arena por alguna persona solitaria, sus pasos extendiéndose a lo largo de una playa sin gente. La foto estaba acompañada de un mensaje en letras blancas relatando la conversación de ese caminante anónimo con dios.
Decía que mirando atrás a su vida él podía ver dos pares de huellas en los trechos más alegres y fáciles del camino, evidencia de que en efecto dios le acompañaba. Pero en los momentos más difíciles, cuando le invadía la angustia y el desánimo solo había un par de huellas.
¿Por qué me dejaste solo cuando más lo necesitaba? le preguntaba a dios, a lo que este respondía: cuando ves un solo par de huellas en las partes más duras de tu vida, eran los trechos del camino en los que yo te cargaba…
Yo te cargaba yo te cargaba yo te cargaba, repetía en mi cabeza.
Me fascinaba ese póster. Era como un misterio. Una foto sin gente, solo playa, huellas y esta conversación con dios, casi como exigiéndole ¿dónde estabas tú cuando yo estaba cogiendo lucha?
Acostada en el mueble de la sala, con las piernas encaramadas en el reposabrazos leía y releía el texto imaginando que esas eran mis huellas, imaginando sentirme sola y desprotegida mucho tiempo y luego darme cuenta que las huellas que creía yo dejar, no eran mías eran de él, de un diostodopoderoso que me cargaba.
¿Cargaría él realmente a una chamaquita como yo?
Con el tiempo y la edad los pósters de mi mamá dejaron de cautivarme, mi opinión es que debía botarlos todos y dejar esa cursilería.
Con el tiempo dejé también de pensar en un dios masculino.
Menos tú, allá en el cielo y más: tú y yo somos una, aquí en mi cuerpo.
Tenía más de 30 años que no había vuelto a pensar en las huellas en la arena… hasta esta mañana que me senté a escribirles sin saber muy bien por dónde empezar.
Quería saber cómo han estado y decirles cómo he estado yo; frente a la pantalla en blanco me encontré viajando al pasado, mirando ese póster con los ojos de la niña que fui.
yo te cargaba, yo te cargaba, yo te cargaba. No eran tus huellas en la arena. Eran las mías.
Este año recién comienza y ya sabemos que este asunto del covid no va a terminar por ahora. Todo se ha trastocado. Quien se sienta igual que siempre, no está prestando suficiente atención.
A mí la vida se me ha puesto sencillamente patas arriba y no he tenido más opción que dejarme cargar.
Después de meses cerrando ciclos, atando cabos, liquidando personal, empacando y cerrando la que había sido nuestra casa por 18 años, empacando y cerrando lo que había sido nuestro restaurante por 20 años y reduciéndolo a un tamaño más manejable para estos tiempos, después de recordar los días en que cada uno de mis hijos e hija entraron recién nacidos por la puerta, recién nacida yo también de múltiples maneras, después de entregar la llave, de despedirme de Fela y su arroz con leche que me subía por la escalera de atrás, de la mata de javilla y del balcón maravilloso que teníamos, después de bregar con cada una de nuestras pertenencias y por fin donar, vender o botar muchísimas cosas, después de pelear con Isaac porque no le gusta salir de nada y él conmigo porque todo lo quiero botar, después de desempacar y reacomodar todo en un sitio nuevo, después de aprender a dormir en casa nueva y poco a poco ir fluyendo con el casco antiguo de Santo Domingo y su onda medio pueblo, medio vecindad del Chavo que quisiera ser Europa… ya sí me voy sintiendo en casa.
Ya sí vuelvo a sentir claro dentro de mí la certeza de que el mundo se ha reconfigurado para sostenerme.
Se reconfigura para sostenerte a ti también… en caso de que necesites ese pequeño recordatorio hoy.
La chamaquita en mí tenía toda la razón, cuando lo necesito puedo elegir dejar de luchar contra la corriente y permitir que la vida me cargue. Puedo descansar. Puedo acostarme con las piernas sobre el mueble y soñar despierta. Puedo usar la inocencia de la niña que fui y aplicarla con consciencia en mi vida adulta. Puedo sentir que así como yo sostengo, amo, cuido y protejo a mis hijos e hija yo soy sostenida, amada, cuidada y protegida también porque la vida es cíclica y de doble vía.
Se cae de la mata, pero tengo que hacer el esfuerzo de recordármelo, sino se me pierde en el día a día. Ojalá esto sirva para recordártelo también en caso de que, como a mí, no se te caiga tan fácil de la mata.
Ya sea que le hables a él, a ella, en mayúsculas o minúsculas, ya sea que le hables a la parte más sabia de ti, al mar, a un árbol, a la consciencia cósmica, a tus ancestros y ancestras, a la energía que hace que te crezcan las uñas y el pelo sin que tengas que mover un dedo, a tu mamá, a tu padre, a tu terapeuta, a una amiga, tienes aliados en todas las dimensiones.
Ese sostén es tuyo y no tienes que negociarlo ni hacer nada para ganártelo. Tuyo. Solo por el hecho de ser.
Ojalá que esa certeza te acompañe -y a mí- todos los días.